diciembre 03, 2006

Límites: ¿Miedo, indiferencia o curiosidad?

No es fácil comenzar este post, así que creo conveniente comenzar por la siguiente historia (creo que con ello logro soltar algunos nudos de la percepción de mis lectores):

Hoy me posé en un costado de tu nido
Como no estabas me puse a observar el ocaso
Con mis patas aferraba
Una de las entrelazadas pajitas de tu nido
Así, me fundí con el cielo y su horizonte
Cerrando mis ojos surqué por los aires
Ascendí a las nubes más grandes y más heladas
Esas que vuelan al lado de ese hermoso Sol

Mis alas no se cansaron de volar cada vez más alto
Y continué volando
Hasta que la noche se fundió con el día
Y el firmamento se pobló de estrellas
Allá, a lo lejos, distinguí tu bella y noble forma
Con tus plumas cálidas vibrando con el aire
Aferré con más fuerza las pajas de tu nido frío
Para no alcanzarte con mis patas vacías

Te canté con emoción
Todo mi pecho se estremeció
Tus ojos me vieron, tu mirada me regalaste

Y las estrellas cayeron del cielo
Y yo...
Yo caí frío sobre tu nido.

Partiré diciendo que quisiera tener más recuerdos. Sentirme parte de algo más extenso que la memoria de mis redes neuronales. Es otra forma de anhelo y ustedes ya saben lo mucho que que suelo anhelar (como conducta habitual). Es una de las tantas cosas que me hacen sentir distinto, de manera agradable.

Cuando me quedo en silencio floto sobre las aguas de un inmenso océano. Adoro su vastedad, su infinita capacidad de albergar estímulos para el intelecto. Sobretodo, me encanta flotar sobre las aguas aparentemente vacías, resultan siempre tan vivas de cosas.

Ese vacío aparente es lo que provoca que les muestre este lado mío. Esas aguas me causan anhelo de algo más. Algo que sobrepase este pestañeo de existencia (mi corta vida).

Cuando veo las cosas materiales veo recuerdos. Evidencias de otros pensamientos, de acciones creativas, fuerzas que gobiernan esta manera tan especial que tenemos los seres humanos de interaccionar con aquello que aparece como fuera de los límites de mi propio sistema vivo.

Pienso (porque así lo he aprendido y doy con ello sentido a mi existencia), que mi cuerpo biológico (con su funcionar espontáneo) determina lo que puedo percibir del mundo. Esto constituye el pilar de este post. Cada uno de nosotros reconoce que posee límites. (Esto es algo muy intrigante: un sistema capaz de identificar sus propiedades de borde).

¿Pero cómo reaccionamos a estos límites que aparecen naturalmente sobre nuestro modo de pensar?

Me intrigan principalmente dos perspectivas: miedo y curiosidad. Me resulta inevitable pensar que topamos con estos límites naturales día a día. Que ignoramos usualmente por fuerza de la costumbre. Han estado ahí desde que comenzamos este viaje del vivir. Como el estímulo retiniano constante, se hacen invisibles y pasan a formar parte del ruido de fondo.

Sin embargo, algunas veces conseguimos sumergirnos en un estado de la conciencia poco común donde los límites aparecen bajo algún efecto tangible. Esto nos puede evocar una especie de pánico escénico, bloqueamos el encuentro y todo registro suyo de nuestra memoria, como a algunos psicólogos les gusta decir acerca de los sueños que no podemos recordar al despertar.

Pero también puede evocarnos curiosidad. Personalmente creo tener una inusual cantidad de este ingrediente en mis células, si me permiten decirlo así. Esta curiosidad es la que me ha movido mucho estos últimos años, especialmente cuando salí del Colegio. Me gusta el tacto y me gusta la sensación de arrastrar el cuerpo por una superficie. Quiero decir que me gusta estar en contacto con mis límites corporales. Me gusta percibir y a veces me embriago con sólo eso.

Esta historia tiene muchas más partes que las que he expuesto aquí. Tengo una gran cantidad de recuerdos perceptuales, que me gusta revisitar cada vez que puedo. Soy un ente donde la memoria tiene gran valor. Corre en mi familia el ser cachurero (un ejemplo práctico).

Pienso siempre en las decisiones que me lleven hacia los caminos donde pondré a prueba mi memoria, mis límites y mi percepción de lo externo (si puede decirse tal cosa con dependencia de uno).

He querido deciros esto, porque de alguna manera siempre he deseado vuestra comprensión. O al menos, dar sentido a esa aceptación con la cual he podido desarrollarme entre ustedes, amig@s y familiares, desconocidos y visitantes.

Como no soy indiferente a mis limitaciones, y tampoco les tengo miedo, me gusta moverme erráticamente al lado de ellos. Quizás espero hallar algún agujero por el cual sacar la cabeza o algún otro órgano sensorial. Como con ese océano vasto y aparentemente vacío, tan lleno de cosas o de nada que espera ser visitado no solamente en sueños o en anhelos.

Me gusta esta espera. Me gusta sentir cosas con mis circunstancias. Por malas o buenas que sean, guardo lo que más puedo de ellas en mi interior. Me dan la certeza de ser distinto, en este mundo que pretende convencerme de lo contrario: que no somos especiales ni únicos, que no tenemos el poder de cambiar nuestros destinos, que lo externo determina mi existencia.

Es un grito y una protesta corporal. Yo quiero creer que mis decisiones cambian mi mundo perceptible, y que ustedes están contenidos en él. Ahí mis recuerdos empujan los bordes de mis limitaciones, expandiéndolos.

Quizás el saco termine por romperse algún día y encuentre yo algo distinto. Por ello termino por donde partí: "quisiera tener más recuerdos"...

A veces no me resulta tan extraño estar solo.

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