noviembre 27, 2006

Prosa

Abro los ojos súbitamente, con la angustiante sensación de algo que se cierne sobre mí, amenazante y malvado. El deseo de regresar a la tibieza del sueño seguro se irá desvaneciendo en los siguientes instantes, mientras mi pecho salta como caballo desbocado y el sudor frío inunda mi conciencia.

Y aunque me cueste tanto abrir los ojos, entornarlos y luego enfocar mi amenaza, ésta se esconde en una siniestra sombra sin forma ni materia. Se abre ese pozo infinito que arranca todas mis certezas, y se pavonea frente a mis miedos, alimentando una rabia que sé que guardo en mi interior.

Esa sombra se acerca en un pestañeo y queda colgado como una gota en mi frente. En esa eternidad, donde las decisiones no se generan, ni los movimientos alcanzan a ser suficientemente rápidos, la sombra se desviste de su hermoso velo y me muestra en un destello su navaja brillante, que termina cayendo sin mucho esfuerzo en mis suaves entrañas.

Mi cama queda roja de todas las experiencias en que mis acciones verdaderas quedaron en evidencia, y mi yo se develó ante miradas extrañas. Mis palabras riegan el suelo lentamente al son de alguna canción muy triste, y justo antes de dejar escapar un último aliento, veré como una capa fina de besos cubrirá el suelo de mi hogar y las frentes de mis seres amados.

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