febrero 06, 2006

Capítulo Dois (se supone se lee como en el portugués)

Los insectos desde pequeño le habían atraído la atención. Mucho más vivos que los hombres o las mujeres que había conocido en la fabela le parecían. Las cucarachas eran la excepción, quizás, por su parecido con las personas de la fabela. Pero aún así, eran mucho más fascinantes.

Sesé amaba las mariposas y las polillas, tenía una inmensa curiosidad por lo que él había definido como el gran misterio de la vida: la metamorfosis de la oruga. Un misterio que sólo él creía ser capaz de resolver. Todos esos intentos de los biólogos naturalistas y entomólogos por describir tal maravilla, tal milagro de Dios, como una vulgar sucesión de eventos moleculares claramente definibles le parecía un sacrilegio de abominables proporciones jonásicas.

Ya faltaba poco para el amanecer en Río de Janeiro. Su trabajo roncaba suavemente, como un lechón bien amamantado, en una inmensa cama con sábanas de seda blancas que se apretaban suavemente contra el voluminoso vientre del hombre. Era lo único que le gustaba de las personas. Su tranquilidad al dormir. Al lado de su trabajo, yacía su mujer. Creía reconocer sus rostros, de alguna parte. Pero inmediatamente rechazó la idea. "Nada. No es nada" pensó, "y de todas maneras no quiero saberlo".

Llevaba horas dentro del dormitorio. Los guardaespaldas no le habían visto ni oído pasar cerca de ellos. Era la razón por la cuál buscaban a Sesé para estos trabajos. Era uno de los mejores. Claro que había otros. Sesé lo sabía. Siempre eras reemplazable en el mundo de los hombres. Pero los otros eran menos meticulosos, eran... pues algo más vulgares. Sesé no sabía nada de Arte, pero una vez le habían dicho que estaba a la altura de un Maestro, como lo habían sido un tal Leonardo o un Miguel Angel. El resto eran imitadores o jamás alcanzarían su originalidad ni su estilo.

Nunca se tomaba tanto tiempo para hacer sus trabajos. Pero esta vez era totalmente distinto. Lo había sentido en su cuerpo al levantarse la mañana anterior. Sus pelos de la nuca se lo habían confirmado al ingresar al dormitorio. Había fotos de insectos y flores a lo largo de las paredes. Uno de ellos era un amante de la Naturaleza como él. Normalmente, eso no hubiese sido suficiente para hacerlo titubear, o al menos, hacerlo reflexionar sobre su trabajo.

Al acercarse a una de las ventanas que daban al balcón, había notado un inmenso invernadero construido en el patio trasero de la mansión. Un Jardín del Edén de flores exóticas y muchos de los insectos que los polinizaban. Había regresado a la cama, convencido de que debía terminar el trabajo inmediatamente. Sin embargo, algo más le había captado la atención. Algo muy diminuto que se movía en una de las plantas interiores cerca de la cabecera de la cama. Se había sentido atraído a ella de una manera muy especial. Como una vez le había ocurrido hace ya muchos años, durante su niñez.

Una mariposa azul estaba emergiendo de su pupa. Se sentó a mirarla por toda una eternidad. No pudo detener sus lágrimas ni su consternación. Estaba inmóvil, hechizado y vulnerable. Siguió el proceso con una paciencia única, nacida de la devoción que sentía como lo único de valor que poseía. Pero era el insecto, el que había dado el gran paso. Sabía que era su momento de salir al mundo y volar, por las pocas horas de vida que le quedaban. Muchos meses de oruga daban paso a la existencia de unas efímeras horas de mariposa. Así trabajaba la Naturaleza. Y Sesé era el único testigo de ello. Se sintió pequeño otra vez.

Le tomó por lo menos tres horas emerger. Cuando se le secaron las alas azules tornasol con vetas negras y bordes blancos, finalmente, echó a volar por el dormitorio. Sesé la siguió y le abrió una ventana. Antes de irse, la mariposa se había posado sobre las caderas de la mujer que dormía tranquilamente al lado de su trabajo. "Bien" se dijo a sí mismo, "a ella no". Volvió a la ventana y la cerró, sin antes mirar la ciudad a lo lejos, con sus millones de luces recorriendo la costa.

La sensación le abrumaba, sentía fuertemente como algo nuevo se movía en su interior. Una nueva determinación, una fuerza que antes había ignorado existiese en él. Y de pronto, al volver a la cama y al colocar la punta del cañon del silenciador en la cabeza del Señor de Souza, lo supo con toda certeza. Sí, ahora recordaba quién era. Y no le gustó para nada saberlo.


Apretó el gatillo y algo saltó en su interior. Su último trabajo. Era el momento de iniciar su verdadera vida. El viaje de sus ensueños se haría realidad.

Las calles húmedas de Río, el olor a gente apretada y hacinada. Todo se desvanecía a cada paso que daba. Arrojó el arma envuelta en su sudada camisa a la alcantarilla pública y se dirigió a la carretera estatal. Sesé había salido de su pupa. La selva lo estaba llamando.

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