septiembre 02, 2005

La confianza y el amor

Cuando pequeño, era todo un galán, con esos rulos negros y brillantes, la piel blanca y unos labios bien rojitos. Mis ojos café se asomaban encima de cachetitos bien saludables. No pasaba inadvertido entre tant@s finlandes@s, mi mata de pelos. Digo, era todo un galán, porque siempre he pensado en las mujeres como algo muy especial. Solía proponerles matrimonio a todas las jóvenes finlandesas que me tomaban en brazos para decirme cosas lindas. Era mi manera de retribuirles, me imagino que me era imposible a esa edad saber qué y cómo decirle a esas mujeres lo hermosas que me parecían y lo agradecido que estaba de su cariño. Por ello les pedía que me esperasen a crecer y que aceptaran mi oferta de matrimonio. Perdí la cuenta del número de prometidas que de este modo obtuve.

El amor es un sentimiento complejo, y sólo unos pocos logran saber cómo deben actuar para potenciarlo y descubrir nuevas formas de ella, consigo mismo, la familia o la pareja. Durante mi vida he conocido muy poco del amor, en esto no soy ningún gurú, pero sé algunas cosas con certeza. Veamos qué sale de todo esto.

Hay gente que le teme al amor. No sólo a ella, pero también a otro grupo particular de sentimientos, como la rabia o la flexibilidad. A esta gente uno les descubre un vacío, una existencia planeada, dónde usualmente no hay cabida para la curiosidad, ni para atrevimientos. Con esto quiero decir que ellos permanecen ciegos a las potencialidades del espíritu, aunque muchas veces conozcan las potencialidades de su cuerpo (al menos las de resistencia y actividad) y las lleven al máximo en algunos casos. Muchos de ellos han potenciado ciertas capacidades mentales que sólo son importantes para el trabajo. Indudablemente, algunos viven muy bien, tienen condición económica estable, pero parecen carentes de vida, encadenados a una existencia diaria que les drena todo tiempo y fuerza, pues no tienen un espíritu que goza con frecuencia. Para ello, esta gente acude a las vacaciones excepcionales. Son sus recuerdos más felices, a veces. Otras veces prefieren recordar otras cosas de sus vacaciones, a las cosas que en verdad sintieron.

Hay gente que le teme al coraje. Esto queda muy bien ligado con la gente que le teme al amor. Pues, aunque conozcan mejor las sensaciones de su espíritu, no se atreven a hacer nada al respecto. Son personas dispuestas a hacer numerosos sacrificios durante toda su vida, para con ellos mismos como para con la gente que aman. Muchos de estos sacrificios, terminan socavando su fuerza espiritual al final de la vida. No tienen sensación de pérdida real, no entienden de las otras cosas que podrían hacerlas felices, pues viven en la ilusión de unos sentidos dormidos, anestesiados por los sacrificios. No tienen el fuego ni la determinación que las personas que temen al amor pueden demostrar tener. Son gente que puede amar sin pasión, con temor y, especialmente, pueden lograr un efecto tremendamente ilusorio en otras personas: que aman sin dudas. Este en un pésimo efecto que se logra con tanto sacrificio.

Las otras personas de las que hablaré, son aquellas que no le temen al amor, que tienen coraje, pero que no poseen autonomía espiritual (temen su propia soledad). Digamos que de alguna manera sienten que no pueden realizarse si no es mediante otras personas. Son en esencia, personas solidarias, pero vacías. Esperan llenarse con la existencia de otros. Estas personas son fieras a veces, actuan sin piedad, y otras veces, son tremendamente pacientes, casi autoflagelantes. Son poderosas y saben sus potencialidades, pueden causar mucho daño cuando se lo proponen. Aunque también son capaces de amar con devoción. De lo que carecen es de aceptación por sí mismos, de una amor por lo que son y lo que pueden llegar a ser si lograran aceptarse como son, con sus limitaciones y defectos. A veces estas personas creen que son feas, que son despreciables, creen que no pueden construir sino es mediante los sentimientos de aceptación prestados por otros. Por supuesto no se dan cuenta de los "sanguijuelas" que pueden llegar a ser.

Como dije al principio, el amor es un sentimiento complejo. Muchas culturas ancestrales predicaban una forma de amor distinta a la que hoy profesan los occidentales. Se trataba, quizás, de una forma de amor que surge cuando se funden el niño y el anciano. La fuerza y el ímpetu del cambio y su constante búsqueda, con la pasividad de la aceptación sabia que otorga el conocimiento del tiempo de las cosas, pero que ante todo es como un manantial eterno de felicidad. Los occidentales sufren de una infelicidad cultural, con unos sentidos anestesiados, con una falta de coraje y flexibilidad, con un vacío espiritual insaciable que los lleva recorrer a cuanta persona conocen. Un espíritu conquistador corona todo esto, el egoísmo por sobre todas las cosas. Expertos en la mascarada, millones se mueven todos los días, haciendo aquellas cosas que realmente aborrecen, que no los lleva a ninguna parte, sino a esta torpe sensación de moverse sin desplazarse.

¿Pero qué pasa con el amor? Este sentimiento pareciera poder abrazarlo todo, sin excepción entre lo orgánico o lo inorgánico. Nuestro espíritu podría fundirse con todo si quisiera. Con el otro ser humano, o perfectamente también, con las montañas. Es un sentimiento que reclama ante todo la libertad de escoger, de moverse por donde quiera, que necesita sentir la armonía para poder continuar existiendo. Fíjense en todo lo que a ustedes les exige poder amar a otra persona. Un sin número de condiciones... un sin fin de prerequisitos. ¿Es esto el sentido real de lo que uno busca cuando ama? A mi no me parece, en absoluto, que un espíritu enfermo y desconectado del cuerpo físico pueda amar con libertad, sin temores, con verdadero coraje, con la medida llena.

Todo lo demás es una batalla que damos todos los días por una recompensa que no existe, que aunque pueda llegar algún día, impulsa un sin fin de sacrificios inútiles. Es la batalla por olvidarnos a nosotros mismos más cada día, por embotar los sentidos, taparlos de tierra.

Conozco mucha gente que es así. Ahora estoy más alerta conocer a los otros. Me han dicho que debo detenerme en mis esfuerzos, que estoy hiperkinetizándome, que estoy muy distinto. Un proceso de transformación no puede pasar desapercibido de quienes nos rodean, pero tampoco puede apreciarse completamente desde el exterior. Otros, muy soprendidos, me han dicho cómo puede ser que siga solo, cómo puedo resistir a no estar con una pareja. ¿Cómo puedo lidiar con mis necesidades?

Las necesidades reales son pocas. Las infinitas otras, entre ellas las materiales (¡y ojo, que muchas veces la pareja pasa a ser también una necesidad material y no espiritual!) son meramente culturales, muchas de ellas nacen del egoísmo, de la búsqueda del reconocimiento, de la búsqueda de más tierra para echarle a los sentidos. Aceptar que este comportamiento es aquel que conduce a un suicidio espiritual, es la clave para poder entender que existen otros infinitos caminos que nos ofrecen nuestras capacidades de construir nuestras propias vidas. Ningún camino está ya caminado, sino que lo debemos recorrer según nuestros deseos y necesidades espirituales, a cada día le corresponde un número de pasos. Aquí no hay apuro. Nos desplazamos sin movernos.

Pues sí, estoy cambiando y estoy más lleno de energías, pero estoy más feliz que nunca, y además estoy sordo a esas voces, sólo escucho aquellas que me gritan: ¡Sigue adelante, Felipe! ¡Levántate y continua!

Yo te digo amig@... si he podido descubrirme más cada día, es gracias a que no he olvidado nunca por completo lo que el amor significa para mis sentidos. Esto lleva a no aceptar las ilusiones, a no vender barato las certezas del espíritu. Como me dicen en la mañana...

¡Manténte alerta, atento!

Yo añado:

¡No permitas que tus sentidos se duerman! ¡Préndele fuego al espíritu!

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